domingo, 8 de junio de 2014

Un mini cuento: "Destrozado", serie Treznor

Destrozado
por Treznor el Orate



6:30 am

Ve a la tienda por una barra de mantequilla. Sí, mamá. Cinco pesos. En la calle. El perro del vecino ladrando. ¿Qué nunca se calla? Perro tonto. Corría ese día como loco, recuerdo. Corrió hacia mí y me ladró con no muy buenas intenciones. Déjame. Te arrepentirás si me muerdes. Ese día no. Estaba encerrado. Coraje de frustración. Que se aguante. Como el dueño. El ruido de un carro con problemas de tiempo: cascabeleo: mi calle es una subida. Mi vecinito sangrón asomándose por la ventana. Qué te importa a dónde voy. No recuerdo la última vez que jugamos juntos. Seis años. Primero de primaria. Ahora: quinto de primaria. La maestra me cae bien. Materia de español e historia: Miguel Hidalgo, 1810, el diptongo, los pronombres. La calle de la tienda. No me gustan los deportes. Me siento mal al no complacer a mis compañeros, son demasiado toscos y me hieren. La tienda “el norteñito”. ¿Hay barras de mantequilla, señor? ¿De cuál quieres?. De la que sea. ¿Seguro?. No importa. ¿Cuánto cuesta? Tres cincuenta. No me de bolsa, así está bien. Detergente. Refrescos. Sabritas. Marinela. No me alcanza para lo que quiero. Hola, señora. Estoy bien gracias. También mi mamá. En la calle, el ruido de los coches. Gente por todos lados. Semáforo en rojo. Gente cruzando. Dos carriles por cada lado, amontonándose en ambos sentidos. Apurados, presionados, estresados. Sol, bastante sol. Ni una sola nube. Al lado derecho azulea el Cerro de la Silla, al frente la sierra de Chipinque, brilla el cielo como nunca y hace un calor de cuarenta grados. Estoy todo sudado. Semáforo en verde. Los carros avanzan. Un niño corriendo. Rechinido de llantas. ¡Cuidado! Tarde. Un golpe seco. Sangre sobre mi cuerpo, en la orilla de la banqueta. Frente a mis ojos aparece una imagen terrible. La gente corre y se acerca y se arremolina: un niño destrozado, su brazo descuartizado, un charco de sangre en el suelo, vísceras reventadas, el cráneo deformado, la cara tumefacta y amoratada, ojos abiertos y sin brillo. Casi de mi edad, el terror, la piedad, el sopor y la confusión,  la consciencia fuera de mí, mis movimientos automáticos, una madre llorando, mis emociones se agolpan hipnotizado por la sordidez de la escena. Varias personas alrededor mío. Me jalan. Me quitan. La mantequilla sobre mi mano. El olor. Mi madre. Yo niño. ¿Cuándo fue la última vez que me pelee en la escuela? Llorar. No. Reír. El color rojo de la sangre sobre mi cuerpo. El olor de mantequilla y llanta quemada. El carro lo conducía una señora que llora histérica ante un mundo de gente. Pobre. La vida: terrible. Dios: injusto. Vulnerabilidad existencial. Terror de vivir. Angustia sartriana. ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Para qué estamos hechos? ¿Cuál es el sentido de mi existencia? Tristeza. No me quiero mover. No quiero que me lleven a mi casa. Quítense. ¿Cuál es la verdadera realidad existencial de un niño de diez años como yo? Los adultos no nos protegen. Afectación para toda la vida. La vida no es sólo lo que nos enseñan los adultos. En la vida hay destrucción, violencia, crueldad, sadismo, aberraciones y amoralidad. Se falsea la existencia. Hay que estar preparados para la vida. Hay que saber confrontar la violencia cotidiana. Hay que ser fuerte. No como yo fui en ese momento. La vida eterna no le sirvió de nada a aquella masa amortajada que quedo en el pavimento, ni tampoco le sirvieron los sermones, ni la biblia, ni Jesucristo, y murió como perro, sin misericordia. Y desde ese momento decidí que a mí no me pasaría lo mismo.

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